jueves, 24 de noviembre de 2011

¡Salvémonos!


El problema no es darse cuenta de la precaria y violenta actitud y situación; el problema  es darse cuenta, cobrar la cuenta, caer en la cuenta, repartir la cuenta: dar y recibir. 


Hablando y reflexionando sobre los problemas, he caído en la conclusión inconclusa de que muchos de ellos no son más que simples inconvenientes.

Sus ojos estaban visiblemente llorosos; a pesar de nuestra cercanía, nunca la había visto llorar en ocasiones que no fueran un velorio. Estaba ella al borde de las lágrimas mientras decía que no los iba a dejar.

Seguramente ella la de los ojos llorosos, rojos de rabia; ella, la que no puede dejarlos, alguna vez hizo lo que muchos hemos hecho: quejarnos. Y lo más probable es que se haya quejado de lo mismo: escuela, maestros, exámenes, tareas, horarios, trabajos en equipo, actividades extraescolares, prácticas, libros, costos, camiones, gente, padres, familia, gobiernos, democracia, colas, amor, desamor, dinero y un largo etcétera.

Por Blakely Morales. Coahuica, Tamazunchale, S. L. P. Dic 2011
Sin embargo, lo que la hace diferente de mucha gente e incluso me atrevo a decir, lo que la hace diferente de todo el magisterio, y la coloca en un nivel más alto (moralmente hablando) de cualquier dirigente, es el hecho de haber detectado el problema y además, combatirlo.

En estas semanas de reflexión sobre “los problemas”, no he aprendido a dimensionarlos; desde mi trinchera, un niño con un padre violento no es un problema; el padre es un inconveniente para el sano desarrollo del niño… después de escuchar todo lo que la mujer con los ojos llorosos tenía que decir, al haber estado ella cerca de los acontecimientos parecidos al que mencioné, el niño con un padre violento es un problema: como es un problema la niña a la que no llevan a la escuela porque a su abuelita le da flojera; como problema es para el niño que vive a dos horas del jardín, desplazarse hasta allá; y problema es que haya muertos todas las semanas; y que los directivos vivan ensimismados, enajenados; y que la educación en México no sirva a la evolución de la especie; y que haya tantos problemas y una sola solución que luce imposible (que a su vez es un  gran y verdadero problema comparado con los demás).

Desde agosto pasado, ella se encuentra trabajando como educadora en una comunidad indígena del municipio de Tancanhuitz de Santos, en la Huasteca. Había pensado en pedir su cambio a otro lugar menos peligroso. Pero hoy ha comprendido que su lugar es ahí. Una persona más que esquiva las balas. Este diciembre, sin que nadie se lo pida, y aunque sus directivos le digan que “trabaja de más”, ella va a regalar un juguete a cada uno de sus alumnos: niños, como lo fui yo, usted, ustedes, Felipe Calderón…

Ella es la viva imagen de la sensibilidad, del amor a la vida y a la evolución; es la musa aquella que no se salvó y va a vivir luchando sembrando amor; es ella quien sin nombres ni apellidos hace lo deshecho, levanta lo caído y vive entre la muerte los sueños contraste con una patrulla de torretas encendidas y regala amor a quien no merece: pide, grita, suplica. No es algo mío. Somos familia nada más. No pretendo presumir, sino hacer grande lo que es ya por sí  mismo inmenso.

Porque aún cuando seguramente se quejó, grito, se desesperó, lloró, y llegó cansada con ganas nada más que de tumbarse en la cama como esperando morir y renacer, hoy grita ¡quéjate! De la escuela, maestros, exámenes, tareas, horarios, trabajos en equipo, actividades extraescolares, prácticas, libros, costos, camiones, gente, padres, familia, gobiernos, democracia, colas, amor, desamor, dinero, en fin, de la vida… pero, como a la musa de Mario Bendetti, ella dice No te salves. No reserves para tu vida una simple privada con patio central, un sueldo quincenal, una familia “funcional”, un marido “amoroso”, y cava tu propia tumba. La que al final no será eso sino el amor sembrado que solo cuando muerto servirá de solución a tantos pseudoproblemas.


                                                                                          A Talis