sábado, 24 de abril de 2010
El tiempo...
miércoles, 14 de abril de 2010
Helicóptero, Robocop, Aeropajita, les habla su mamá
Mi nombre no es muy usual que digamos, aunque según datos proporcionados por mi padre, Blakely es un apellido anglosajón. Otro día contare con más calma la historia de mi nombre. Un día, en uno de tantos viajes, iba yo muy tranquilo admirando el paisaje de mi lugar más bello del mundo, cuando de repente, miro a mi alrededor, volteo hacia acá y hacia allá, como un autentico pollo, reacomodo el asiento reclinable y me dije a mí mismo, "me llamo Blakely", y de inmediato se vinieron a mi mente una serie de imágenes y de ideas, sobre cómo sería mi vida si me llamara Juan o Luis o cualquier otro nombre.
Hace unos días encontré a alguien que se llama José Blakely, creo que me lo copió, o mi papá. En mi familia hay muchos nombres raros. Selkatonantsi, el de mi hermana, que significa "tierna madrecita" en dialecto nahuatl; mi tío Ranulfo; mi tía Aeropajita (saludos a mi tía), y su hijo Ildemar (saludos también).
Los nombres. Un día naces y deciden que te llamarás fulano de tal, y así te reconocen tus amigos, tus conocidos, tus profesores. El mío me gusta mucho, pero esos güeyes con un numero complicado de nombres, o aquellos con nombres de actores de cine como, la Zalma Jayek; o aquél al que le pusieron Masiosare, nunca se le va a olvidar el himno; o aquella mujer a la que llamaron Aniv de la Rev, esos sí ni como defenderlos.
domingo, 11 de abril de 2010
Autobús
jueves, 8 de abril de 2010
Kalimba
lunes, 5 de abril de 2010
Es clásico ver algo como esto...
Ahora han pasado cinco minutos, y el Guadalajara por su parte, sigue buscando el segundo gol, que le dé algo de seguridad para los últimos minutos. Trazo largo de izquierda a derecha; a partir de la recepción, el lateral derecho, tendrá todo el especio libre, solo será cuestión de que recorra unos cuantos metros y tire la diagonal retrasada, o, si él lo prefiere, podría él mismo anotar el gol. Pero tal vez tuvo pánico escénico anticipado, pues a la hora de bajar el balón, tropieza, y esto lo hace fallar tanto, que ya ni siquiera se apresura en incorporarse para corretear el esférico.
Ante esto, mi tío que observa el partido desde afuera por el calor exasperante que impera en el interior, se levanta en toda su diminuta extensión y grita “¡O quela, pues no se supone que por eso son profesionales, saben que es lo que deben hacer! ¡Siempre es lo mismo, pinches futbolistas maletas!”. En eso me veo, y estoy gritando, dando indicaciones desde mi asiento, ¡pásasela!, ¡tírale!, ¡voltea güey, atrás traes otro!, cosas así, entre otras. Caigo y comienzo a pensar. Imaginemos que TODOS los futbolistas metieran goles, en TODOS los partidos, ¿Qué aburrido no? Siempre habrá alguien que hará el papel que le correspondió en la vida, el de equivocarse o fallar ante la portería; y eso será lo que le dé la emoción al futbol, lo que reanime el sueño y la pasión, aunque haya muchos que se sueñan sudando la camiseta, y de ser necesario, sangrarla.
¿Porqué digo esto último?
Es el minuto noventa, y una patada, descaradamente dada, justo en la línea que divide al campo de juego y al resto del mundo, desencadena una serie de empujones. Ah, mariconadas, quisiera ver alguien que llegara a puño limpio y seco en la cara de algún adversario, vaya que sería un buen espectáculo. Aunque por otra parte, que mal ejemplo ¿no?, que mal ejemplo para mi hermanita que pregunta qué pasó, que ve petrificad como un grupo de hombres mono, desbordan su pasión y se empujan. Ya en la tribuna, se golpean y se avientan cuanta madre encuentran y recuerdan.
Por cierto, ¿por qué se llaman tribunas? ¿A caso, es por qué es donde albergarán a una tribu?...
Pero bueno, a mi hermana, por su condición de mujer, le será fácil entender por qué lo hacen, ¿Y por qué lo hacen? Porque son hombres, los hombres hacen cosas como esas, su mente no les da para más. El hombre mexicano promedio, nació para amar dos cosas, al futbol y a su mujer.
Suena el silbato del árbitro anunciando el final del partido, mi hermana pregunta que si ya se acabó, le digo que no, que aún falta la tercera parte; mi tío se despide, ya se va y mi hermana le dice que se espere, que aún no se termina el partido; mi tío se ríe y le dice, “tú que le crees a tu hermano”. Me gusta el futbol, pero ya no lo suficiente como aquél día cuando tenía diez u once años y le dije a mi papá que quería ser futbolista.
El pájaro de la panza amarilla
El pajado de da panza amadilla, decía mi hermanita. Recuerdo que mi tía siempre nos decía el nombre del pájaro, pero ahora se me ha olvidado.
Llega y aletea, canta, se postra en la ventana. Es un vanidoso. Justo ahora está viendo su reflejo en el vidrio, posa una, dos posiciones, una más, y una más diferente. Ahora canta, canta y se para diferente. Se asoma un poco más y me encuentra tirado en una cama que no es mía, e imagino que llega, y empieza con sus alaridos en idioma pájaro y me dice: “¡Ya párate! Ve a desayunar, báñate, lávate los dientes, ve la televisión un rato. Olvida lo que te acongoja y vive. Vive y se feliz que a eso vinimos. Mirarme a mí, jamás me verás acongojado o llorando una pena. Disfruto de la vista, de esta vista que me regalaste con el vidrio de tu ventana.”
Es un vanidoso el pájaro cabrón. Y ahora picotea la ventana, como queriendo comprobar si de verdad es él, el que se refleja, si de verdad puede haber tanta hermosura en un ser tan pequeño. Picotea, como queriendo hacer cambios en su persona, como queriendo deformar lo que realmente es.
Después voltea y vuelve a hablarme en idioma pájaro, “Sé que estarás imaginando que pretendo cambiar mi persona, pero la verdad es que no. Quiero entrar a tu casa y hacer que te levantes a picotazos. Sabes, debes de dejar de cuestionarlo todo, debes de dejar de pensar demasiado. ¡Párate ya!”
Estaba dándome un sermón, de esos que parecen ensayos. Cuando lo interrumpí y le dije, “sabes qué pájaro de la panza amarilla. Tienes toda la razón”. Me paré y me fui. Pájaro de la panza amarilla, se hará como tú digas.