sábado, 24 de abril de 2010

El tiempo...

Lo veo, lo siento pasar, y me sorprende. De repente me veo otra vez en un 24 de abril. Un año más, y no puedo evitar sentir la nostalgia.
Creo que hoy cumple años un primo mío. Uno de esos con los que cuando eres niño disfrutas de innumerables aventuras trepado en la inmensa nube de tu propia imaginación. Recordar esto, me trae muchos otros recuerdos, uno tras otro, como una reacción en cadena. Ahora recuerdo que mi padre era como el padre de mi primo; y me gustaba compartirlo con él.
Espero y todos estén bien, espero estar en la memoria de varias personas que he conocido, como alguien de quien alguna vez recibieron ayuda y amistad.
El tiempo sigue pasando. Todos los días recuerdo, y no puedo evitar sentir como las lágrimas pretenden desbordar los márgenes de mis ojos, pero lo impido lleno de fuerza y no puedo evitar sonreír.
Seguiré soñando. Aunque mucha gente diga que está mal, aunque por las noches me sienta impotente ante las situaciones que haciendome llorar cambiaron mi vida. Seguiré soñando, viviendo, viendo y sintiendo pasar entre mis sueños y recuerdos, el tiempo...

miércoles, 14 de abril de 2010

Helicóptero, Robocop, Aeropajita, les habla su mamá

Esta semana salió una propuesta en la cámara baja del congreso del DF, por parte de una diputada del PeRDeré de nombre Aleyda Álvarez, en la que sugiere que los jueces del registro civil traten de convencer a los padres que lleven a registrar sus niños con nombres "raros", que no lo hagan, que se decidan por otro. Esto, según argumentan los diputados locales, es para evitar daños sicológicos en los niños, debido a la discriminación que un nombre como Robocop o Helicóptero, podría traerle a la persona portadora, en una edad adulta en la que se vea ante la necesidad de trabajar y convivir con gente que encontrará las formas creativas y humillantes para burlarse de su nombre.
Mi nombre no es muy usual que digamos, aunque según datos proporcionados por mi padre, Blakely es un apellido anglosajón. Otro día contare con más calma la historia de mi nombre. Un día, en uno de tantos viajes, iba yo muy tranquilo admirando el paisaje de mi lugar más bello del mundo, cuando de repente, miro a mi alrededor, volteo hacia acá y hacia allá, como un autentico pollo, reacomodo el asiento reclinable y me dije a mí mismo, "me llamo Blakely", y de inmediato se vinieron a mi mente una serie de imágenes y de ideas, sobre cómo sería mi vida si me llamara Juan o Luis o cualquier otro nombre.
Hace unos días encontré a alguien que se llama José Blakely, creo que me lo copió, o mi papá. En mi familia hay muchos nombres raros. Selkatonantsi, el de mi hermana, que significa "tierna madrecita" en dialecto nahuatl; mi tío Ranulfo; mi tía Aeropajita (saludos a mi tía), y su hijo Ildemar (saludos también).
Los nombres. Un día naces y deciden que te llamarás fulano de tal, y así te reconocen tus amigos, tus conocidos, tus profesores. El mío me gusta mucho, pero esos güeyes con un numero complicado de nombres, o aquellos con nombres de actores de cine como, la Zalma Jayek; o aquél al que le pusieron Masiosare, nunca se le va a olvidar el himno; o aquella mujer a la que llamaron Aniv de la Rev, esos sí ni como defenderlos.

domingo, 11 de abril de 2010

Autobús

Yo digo que los niños, los chiquitos, a los que hay que cambiarles el pañal, los que lloran cada veinte minutos, y las personas gordas, pero esos inmesamente gordas, que se agitan con extremada facilidad, a exepción de que sean mis amigos, no deberían viajar en autobús. Y que las señoras (gordas tambien), no deberían llevar en sus piernas a sus hijos de ocho años, todo por no querer gastar en otro asiento para el chamaco latoso, que iba ocupando parte de mi territorio en el asiento. Debería agradecer que soy demasiado tolarante, y yo debería dejar de ser tan tolerante.
El chofer diciendo cosas estúpidas. Estaba sentado ya en el lugar en el que viajaría las siguientes 6 horas; voltéo hacia atrás y una señora está cambiándole el pañal a su bebé. La señora que iba a mi lado, llevaba a su hijo en las piernas, y no era precisamente un niño chiquito el cabrón. Iba gente parada, lo cual me incomodaba. De repente subía una joven, que daba la impresión de que salvaría la tarde con su presencia; lástima que se haya sentado hasta atrás y se haya quedado dormida, casi al instante.
Me encontraba compadeciendo a la joven que se encontraba al lado de la señora que cambiaba a su bebé el pañal, cuando la reconocí, y recordé que era una chava muy fresa y superficial, a pesar de que vivía en el mismo fraccionamiento que yo y es morena y gorda. Así que mejor me arrepentí de haberla compadecido y pense, "se lo merece".
Mucho antes del final de la gran trevesía, recordé que en mi bolsillo estaba un reproductor mp3; así que lo saqué, lo prendí, y el viaje se hizo un poco mas ameno cuando me dispuse a escuchar a una banda que está de más decir su nombre, pero que cuando la escucho me siento drogado; quizá sea por eso que me bajaron en Rayón y tuve que esperar al siguiente autobús a Rio Verde y de ahí a San Luis, desde donde escribo esto.

jueves, 8 de abril de 2010

Kalimba

Se me han quitado las ganas de salir. Se repetirá lo que ha venido pasando en noches anteriores, con la diferencia de que hoy no podré verla. Será una noche de andar dando vueltas por todos lados y por ninguno como queriendo encontrar, pero sin buscar, una personalidad. Ya no hallo sentido a muchas de las cosas que han venido pasando. Me doy cuenta tristemente, de que me falta mucho para llegar a ser libre, y que la única forma de sentir que lo soy, es ésta, plasmar lo que siento. Por más estúpidas que sean las historias relatadas, como la que me dispongo a contar.
Decía que los días y las noches han venido a ser menos de lo que valían hace algunas semanas, parte del pasado. Pero recuperan su valor neto cuando recuerdo, con fino detalle, lo que aconteció en cada uno de ellos. Uno en especial fue el día de ayer, en el que estuve, deliberadamente en un “concierto” de poco menos de una hora, amenizado por un tipo que se hace llamar Kalimba.
Recuerdo que éste señor, moreno, no muy alto, con una voz decentemente buena (al menos le sirve para no morirse de hambre), pero claro, no es la más impresionante de todos los tiempos, cabello negro medio fachoso, se hizo famoso cuando acabó su carrera con una de esas bandas pop de chicos, tres viejas y tres güeyes, bailando y cantando a la vez, en TODAS sus presentaciones. Inició una carrera como solista y sus canciones fueron los hits de aquellos años cuando me encontraba estudiando la secundaria y parte del bachillerato. Y por aquellas edades, uno con la firme intención de ser cool, se deja guiar por las modas, y éstas a su vez van de la mano con la música y los artistas “del momento”.
Así que ahí estaba yo. Todo el choro de arriba, fue el que utilice como excusa, para dárselo a una mujer hermosa que se encontraba justo a mi lado esa noche, y que antes de que empezara a cantar el susodicho intérprete me preguntó, “¿te gusta Kalimba? O sea ¿cómo canta y eso?”, a lo que contesté con un rotundo, “No”, pero a la hora que empezó a cantar, empecé a corear algunas de las melodías que interpretó. Ella se sorprendió, pues según esto, a mi no gusta este artista, y por ende no tendría por qué saberme alguna de sus canciones. Ahí fue cuando entró la excusa repetida en el párrafo anterior. Ella se sorprendió, pero quien más se sorprendió fui yo, pues me di cuenta de que me sé varias canciones de Kalimba, aún cuando no es para nada mi artista favorito, y aún más sorprendido me quedé cuando me percaté de que con esas canciones había acompañado uno que otro enamoramiento en la secundaria, y aún más sorprendido quedé cuando hice la cuenta de los años que han pasado, desde entonces, hasta hoy.

lunes, 5 de abril de 2010

Es clásico ver algo como esto...

Minuto setenta y dos, el técnico de las Águilas hace un cambio, al parecer es para asegurar el medio campo, no es que sea yo un experto en eso de las técnicas de los técnicos del fútbol, oí al comentarista cuando lo dijo. Y de inmediato eso me sonó a conformismo por parte de las Águilas ante la parcial victoria de las chivas. Me sonó a algo así como “aseguremos el uno a cero, así cuando a media semana alguien se burle de nuestra derrota, podremos decir que nada más fue un uno a cero, que no fue nada impresionante y que cualquier equipo en condición de local pudo haberlo hecho, que tuvieron que batallar bastante para poder sacar ese de por sí mediocre resultado”.
Ahora han pasado cinco minutos, y el Guadalajara por su parte, sigue buscando el segundo gol, que le dé algo de seguridad para los últimos minutos. Trazo largo de izquierda a derecha; a partir de la recepción, el lateral derecho, tendrá todo el especio libre, solo será cuestión de que recorra unos cuantos metros y tire la diagonal retrasada, o, si él lo prefiere, podría él mismo anotar el gol. Pero tal vez tuvo pánico escénico anticipado, pues a la hora de bajar el balón, tropieza, y esto lo hace fallar tanto, que ya ni siquiera se apresura en incorporarse para corretear el esférico.
Ante esto, mi tío que observa el partido desde afuera por el calor exasperante que impera en el interior, se levanta en toda su diminuta extensión y grita “¡O quela, pues no se supone que por eso son profesionales, saben que es lo que deben hacer! ¡Siempre es lo mismo, pinches futbolistas maletas!”. En eso me veo, y estoy gritando, dando indicaciones desde mi asiento, ¡pásasela!, ¡tírale!, ¡voltea güey, atrás traes otro!, cosas así, entre otras. Caigo y comienzo a pensar. Imaginemos que TODOS los futbolistas metieran goles, en TODOS los partidos, ¿Qué aburrido no? Siempre habrá alguien que hará el papel que le correspondió en la vida, el de equivocarse o fallar ante la portería; y eso será lo que le dé la emoción al futbol, lo que reanime el sueño y la pasión, aunque haya muchos que se sueñan sudando la camiseta, y de ser necesario, sangrarla.
¿Porqué digo esto último?
Es el minuto noventa, y una patada, descaradamente dada, justo en la línea que divide al campo de juego y al resto del mundo, desencadena una serie de empujones. Ah, mariconadas, quisiera ver alguien que llegara a puño limpio y seco en la cara de algún adversario, vaya que sería un buen espectáculo. Aunque por otra parte, que mal ejemplo ¿no?, que mal ejemplo para mi hermanita que pregunta qué pasó, que ve petrificad como un grupo de hombres mono, desbordan su pasión y se empujan. Ya en la tribuna, se golpean y se avientan cuanta madre encuentran y recuerdan.
Por cierto, ¿por qué se llaman tribunas? ¿A caso, es por qué es donde albergarán a una tribu?...
Pero bueno, a mi hermana, por su condición de mujer, le será fácil entender por qué lo hacen, ¿Y por qué lo hacen? Porque son hombres, los hombres hacen cosas como esas, su mente no les da para más. El hombre mexicano promedio, nació para amar dos cosas, al futbol y a su mujer.
Suena el silbato del árbitro anunciando el final del partido, mi hermana pregunta que si ya se acabó, le digo que no, que aún falta la tercera parte; mi tío se despide, ya se va y mi hermana le dice que se espere, que aún no se termina el partido; mi tío se ríe y le dice, “tú que le crees a tu hermano”. Me gusta el futbol, pero ya no lo suficiente como aquél día cuando tenía diez u once años y le dije a mi papá que quería ser futbolista.

El pájaro de la panza amarilla

El pajado de da panza amadilla, decía mi hermanita. Recuerdo que mi tía siempre nos decía el nombre del pájaro, pero ahora se me ha olvidado.


Llega y aletea, canta, se postra en la ventana. Es un vanidoso. Justo ahora está viendo su reflejo en el vidrio, posa una, dos posiciones, una más, y una más diferente. Ahora canta, canta y se para diferente. Se asoma un poco más y me encuentra tirado en una cama que no es mía, e imagino que llega, y empieza con sus alaridos en idioma pájaro y me dice: “¡Ya párate! Ve a desayunar, báñate, lávate los dientes, ve la televisión un rato. Olvida lo que te acongoja y vive. Vive y se feliz que a eso vinimos. Mirarme a mí, jamás me verás acongojado o llorando una pena. Disfruto de la vista, de esta vista que me regalaste con el vidrio de tu ventana.”


Es un vanidoso el pájaro cabrón. Y ahora picotea la ventana, como queriendo comprobar si de verdad es él, el que se refleja, si de verdad puede haber tanta hermosura en un ser tan pequeño. Picotea, como queriendo hacer cambios en su persona, como queriendo deformar lo que realmente es.


Después voltea y vuelve a hablarme en idioma pájaro, “Sé que estarás imaginando que pretendo cambiar mi persona, pero la verdad es que no. Quiero entrar a tu casa y hacer que te levantes a picotazos. Sabes, debes de dejar de cuestionarlo todo, debes de dejar de pensar demasiado. ¡Párate ya!”


Estaba dándome un sermón, de esos que parecen ensayos. Cuando lo interrumpí y le dije, “sabes qué pájaro de la panza amarilla. Tienes toda la razón”. Me paré y me fui. Pájaro de la panza amarilla, se hará como tú digas.