domingo, 11 de abril de 2010

Autobús

Yo digo que los niños, los chiquitos, a los que hay que cambiarles el pañal, los que lloran cada veinte minutos, y las personas gordas, pero esos inmesamente gordas, que se agitan con extremada facilidad, a exepción de que sean mis amigos, no deberían viajar en autobús. Y que las señoras (gordas tambien), no deberían llevar en sus piernas a sus hijos de ocho años, todo por no querer gastar en otro asiento para el chamaco latoso, que iba ocupando parte de mi territorio en el asiento. Debería agradecer que soy demasiado tolarante, y yo debería dejar de ser tan tolerante.
El chofer diciendo cosas estúpidas. Estaba sentado ya en el lugar en el que viajaría las siguientes 6 horas; voltéo hacia atrás y una señora está cambiándole el pañal a su bebé. La señora que iba a mi lado, llevaba a su hijo en las piernas, y no era precisamente un niño chiquito el cabrón. Iba gente parada, lo cual me incomodaba. De repente subía una joven, que daba la impresión de que salvaría la tarde con su presencia; lástima que se haya sentado hasta atrás y se haya quedado dormida, casi al instante.
Me encontraba compadeciendo a la joven que se encontraba al lado de la señora que cambiaba a su bebé el pañal, cuando la reconocí, y recordé que era una chava muy fresa y superficial, a pesar de que vivía en el mismo fraccionamiento que yo y es morena y gorda. Así que mejor me arrepentí de haberla compadecido y pense, "se lo merece".
Mucho antes del final de la gran trevesía, recordé que en mi bolsillo estaba un reproductor mp3; así que lo saqué, lo prendí, y el viaje se hizo un poco mas ameno cuando me dispuse a escuchar a una banda que está de más decir su nombre, pero que cuando la escucho me siento drogado; quizá sea por eso que me bajaron en Rayón y tuve que esperar al siguiente autobús a Rio Verde y de ahí a San Luis, desde donde escribo esto.

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