lunes, 5 de abril de 2010

El pájaro de la panza amarilla

El pajado de da panza amadilla, decía mi hermanita. Recuerdo que mi tía siempre nos decía el nombre del pájaro, pero ahora se me ha olvidado.


Llega y aletea, canta, se postra en la ventana. Es un vanidoso. Justo ahora está viendo su reflejo en el vidrio, posa una, dos posiciones, una más, y una más diferente. Ahora canta, canta y se para diferente. Se asoma un poco más y me encuentra tirado en una cama que no es mía, e imagino que llega, y empieza con sus alaridos en idioma pájaro y me dice: “¡Ya párate! Ve a desayunar, báñate, lávate los dientes, ve la televisión un rato. Olvida lo que te acongoja y vive. Vive y se feliz que a eso vinimos. Mirarme a mí, jamás me verás acongojado o llorando una pena. Disfruto de la vista, de esta vista que me regalaste con el vidrio de tu ventana.”


Es un vanidoso el pájaro cabrón. Y ahora picotea la ventana, como queriendo comprobar si de verdad es él, el que se refleja, si de verdad puede haber tanta hermosura en un ser tan pequeño. Picotea, como queriendo hacer cambios en su persona, como queriendo deformar lo que realmente es.


Después voltea y vuelve a hablarme en idioma pájaro, “Sé que estarás imaginando que pretendo cambiar mi persona, pero la verdad es que no. Quiero entrar a tu casa y hacer que te levantes a picotazos. Sabes, debes de dejar de cuestionarlo todo, debes de dejar de pensar demasiado. ¡Párate ya!”


Estaba dándome un sermón, de esos que parecen ensayos. Cuando lo interrumpí y le dije, “sabes qué pájaro de la panza amarilla. Tienes toda la razón”. Me paré y me fui. Pájaro de la panza amarilla, se hará como tú digas.

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