lunes, 5 de abril de 2010

Es clásico ver algo como esto...

Minuto setenta y dos, el técnico de las Águilas hace un cambio, al parecer es para asegurar el medio campo, no es que sea yo un experto en eso de las técnicas de los técnicos del fútbol, oí al comentarista cuando lo dijo. Y de inmediato eso me sonó a conformismo por parte de las Águilas ante la parcial victoria de las chivas. Me sonó a algo así como “aseguremos el uno a cero, así cuando a media semana alguien se burle de nuestra derrota, podremos decir que nada más fue un uno a cero, que no fue nada impresionante y que cualquier equipo en condición de local pudo haberlo hecho, que tuvieron que batallar bastante para poder sacar ese de por sí mediocre resultado”.
Ahora han pasado cinco minutos, y el Guadalajara por su parte, sigue buscando el segundo gol, que le dé algo de seguridad para los últimos minutos. Trazo largo de izquierda a derecha; a partir de la recepción, el lateral derecho, tendrá todo el especio libre, solo será cuestión de que recorra unos cuantos metros y tire la diagonal retrasada, o, si él lo prefiere, podría él mismo anotar el gol. Pero tal vez tuvo pánico escénico anticipado, pues a la hora de bajar el balón, tropieza, y esto lo hace fallar tanto, que ya ni siquiera se apresura en incorporarse para corretear el esférico.
Ante esto, mi tío que observa el partido desde afuera por el calor exasperante que impera en el interior, se levanta en toda su diminuta extensión y grita “¡O quela, pues no se supone que por eso son profesionales, saben que es lo que deben hacer! ¡Siempre es lo mismo, pinches futbolistas maletas!”. En eso me veo, y estoy gritando, dando indicaciones desde mi asiento, ¡pásasela!, ¡tírale!, ¡voltea güey, atrás traes otro!, cosas así, entre otras. Caigo y comienzo a pensar. Imaginemos que TODOS los futbolistas metieran goles, en TODOS los partidos, ¿Qué aburrido no? Siempre habrá alguien que hará el papel que le correspondió en la vida, el de equivocarse o fallar ante la portería; y eso será lo que le dé la emoción al futbol, lo que reanime el sueño y la pasión, aunque haya muchos que se sueñan sudando la camiseta, y de ser necesario, sangrarla.
¿Porqué digo esto último?
Es el minuto noventa, y una patada, descaradamente dada, justo en la línea que divide al campo de juego y al resto del mundo, desencadena una serie de empujones. Ah, mariconadas, quisiera ver alguien que llegara a puño limpio y seco en la cara de algún adversario, vaya que sería un buen espectáculo. Aunque por otra parte, que mal ejemplo ¿no?, que mal ejemplo para mi hermanita que pregunta qué pasó, que ve petrificad como un grupo de hombres mono, desbordan su pasión y se empujan. Ya en la tribuna, se golpean y se avientan cuanta madre encuentran y recuerdan.
Por cierto, ¿por qué se llaman tribunas? ¿A caso, es por qué es donde albergarán a una tribu?...
Pero bueno, a mi hermana, por su condición de mujer, le será fácil entender por qué lo hacen, ¿Y por qué lo hacen? Porque son hombres, los hombres hacen cosas como esas, su mente no les da para más. El hombre mexicano promedio, nació para amar dos cosas, al futbol y a su mujer.
Suena el silbato del árbitro anunciando el final del partido, mi hermana pregunta que si ya se acabó, le digo que no, que aún falta la tercera parte; mi tío se despide, ya se va y mi hermana le dice que se espere, que aún no se termina el partido; mi tío se ríe y le dice, “tú que le crees a tu hermano”. Me gusta el futbol, pero ya no lo suficiente como aquél día cuando tenía diez u once años y le dije a mi papá que quería ser futbolista.

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