jueves, 8 de abril de 2010

Kalimba

Se me han quitado las ganas de salir. Se repetirá lo que ha venido pasando en noches anteriores, con la diferencia de que hoy no podré verla. Será una noche de andar dando vueltas por todos lados y por ninguno como queriendo encontrar, pero sin buscar, una personalidad. Ya no hallo sentido a muchas de las cosas que han venido pasando. Me doy cuenta tristemente, de que me falta mucho para llegar a ser libre, y que la única forma de sentir que lo soy, es ésta, plasmar lo que siento. Por más estúpidas que sean las historias relatadas, como la que me dispongo a contar.
Decía que los días y las noches han venido a ser menos de lo que valían hace algunas semanas, parte del pasado. Pero recuperan su valor neto cuando recuerdo, con fino detalle, lo que aconteció en cada uno de ellos. Uno en especial fue el día de ayer, en el que estuve, deliberadamente en un “concierto” de poco menos de una hora, amenizado por un tipo que se hace llamar Kalimba.
Recuerdo que éste señor, moreno, no muy alto, con una voz decentemente buena (al menos le sirve para no morirse de hambre), pero claro, no es la más impresionante de todos los tiempos, cabello negro medio fachoso, se hizo famoso cuando acabó su carrera con una de esas bandas pop de chicos, tres viejas y tres güeyes, bailando y cantando a la vez, en TODAS sus presentaciones. Inició una carrera como solista y sus canciones fueron los hits de aquellos años cuando me encontraba estudiando la secundaria y parte del bachillerato. Y por aquellas edades, uno con la firme intención de ser cool, se deja guiar por las modas, y éstas a su vez van de la mano con la música y los artistas “del momento”.
Así que ahí estaba yo. Todo el choro de arriba, fue el que utilice como excusa, para dárselo a una mujer hermosa que se encontraba justo a mi lado esa noche, y que antes de que empezara a cantar el susodicho intérprete me preguntó, “¿te gusta Kalimba? O sea ¿cómo canta y eso?”, a lo que contesté con un rotundo, “No”, pero a la hora que empezó a cantar, empecé a corear algunas de las melodías que interpretó. Ella se sorprendió, pues según esto, a mi no gusta este artista, y por ende no tendría por qué saberme alguna de sus canciones. Ahí fue cuando entró la excusa repetida en el párrafo anterior. Ella se sorprendió, pero quien más se sorprendió fui yo, pues me di cuenta de que me sé varias canciones de Kalimba, aún cuando no es para nada mi artista favorito, y aún más sorprendido me quedé cuando me percaté de que con esas canciones había acompañado uno que otro enamoramiento en la secundaria, y aún más sorprendido quedé cuando hice la cuenta de los años que han pasado, desde entonces, hasta hoy.

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