lunes, 4 de octubre de 2010

Y todo era un sueño

Hubo un día que soñé que era escritor. Pero a comparación con la mayoría de los escritores o que en su caso, pretendieran ser escritores, no se me ocurría nada sobre qué escribir. Mal chiste el que dije en mi sueño: ¡Ah! Pues nada más es cuestión de agarrar un papel, sentarme a la mesa y escribir sobre él. Aún después de mi mal chiste (soñado, aclaro), seguía sin que se me viniera nada a la mente.

Lo más chistoso era que al contrario de lo que todos pensaran, tenía una gran vida. Comía a mi horas y a mis anchas, tenía QUIEN me cocinara (indispensable en la cocina de todo buen escritor), tenía grandes amigos (en la vida real, creo que también los tengo), una mujer maravillosa, etcétera, etcétera... Lo que no tenía era una buena historia que contar, o algún personaje fantástico y extrovertido, para poder ponerlo en diversas situaciones y contar sus aventuras y desventuras; y era escritor.

Los sueños son el reflejo de lo que piensas: de lo que quieres y de lo que NO quieres. Ahora sé que no quiero ser escritor. ¿Pero quién decide a un cien por ciento lo que quiere hacer? Ahorita puedo decir que no quiero ser escritor, pero quizá con el paso de los años, las cosas cambien; tal vez conozca gente que me vaya inclinando poco a poco y sin que yo me dé cuenta. Tal vez vaya a ser futbolista. No sé, el caso es que en mi sueño, le echaba toda la culpa de que no se me ocurriera nada a la hermosa mujer que me mantenía y cocinaba para mi todos los días, pues no me daba ningún problema, y en mi sueño, según yo, "sin problemas no hay historias que contar..."

Y así pasaba el tiempo en mi sueño. Yo me inflaba como marrano en engorda. Todo el día sentado en mi "sillón de pensar" con la lap top frente a mí, esperando una idea genial, mientras veía The big bang theory en internet, videos chuscos en YouTube, bajaba música en el Ares, mucha música, chateaba con mis amigos, publicaba cosas en Facebook, comentaba fotos, interactuaba con diversas aplicaciones, etcétera, etcétera. Todo esto hasta que llegaba aquella hermosa mujer, a la que jamás en mi sueño le vi la cara, pero que quiero pensar era hermosa, y nos metíamos a la cama casi toda la tarde noche. Solo hacíamos un pequeño descanso cuando yo le decía que la verdad era que tenía un chingo de hambre. Se paraba, me hacía de comer y después de satisfecho, seguíamos, o con el amor, o yo con mi proceso de inspiración.

Pronto me dí cuenta de que lo que no me permitía hacer mi trabajo como debía, o sea escribir, era la maldita computadora, para ser más específicos, el internet. Entonces apagué el módem. Ya llevaba escritas dos páginas de un cuento al que titulé "memorias de un adicto al internet", pero me entró el ansia de saber qué habían comentado mis amigos en mi más reciente publicación en facebook, y lo prendí de nuevo, y me quedé ahí hasta tarde.

Al día siguiente decidí tomar una pluma y un cuaderno y escribir un cuento al que titulé "el foco incandescente". Pero me agarró el sueño de la siesta de las diez de la mañana y me quedé dormido. Entonces caí en la cuenta de que lo que realmente necesitaba era una máquina de escribir. Igual que el teclado de una computadora, solo que sin tantas aplicaciones, más bien, con DISTINTAS aplicaciones, y sin internet. Que era lo que realmente me detenía. Soñé que la mujer hermosa no regresaba ese día de trabajar. No regresó en dos semanas. Me quedé sin comida, y tuve que salir a pepenar un rato, en lo que encontraba otro trabajo; me encontré una máquina de escribir que alguien había tirado y recordé mis tiempos cuando era escritor. Y desperté.

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